V. Baterías de costa
Cuando voy camino a las obras del puerto nuevo, me gusta atajar por el acuartelamiento abandonado. Atravesarlo a buena velocidad, a toda la que permite la maltrecha pista, lleva unos cinco minutos. La carretera asciende y desciende, pero la mayor parte del trayecto lo ocupa una planicie. A un lado y a otro del camino se sostienen con mucho esfuerzo y más bien poca marcialidad un sinnúmero de construcciones que en su día tuvieron como función de algún modo servir a las aparatosas baterías de costa, y dieron cabida a otras máquinas de guerra y a soldados. Es fácil dejar volar la imaginación -sobre todo la imaginación de los que un día experimentamos los rigores de la vida castrense- y sentir la soledad de saber que los últimos rastros de población quedan muy, muy lejos; y sentir en la carne los azotes del viento de una noche de enero o del sol de un mediodía de agosto, como debieron sentirlos en sus puestos los centinelas; y sentir, en fin, el sinsentido de aquel "allí y entonces".
Entre las ruinas se entrevé el mar, y más allá de ellas se contempla la vasta extensión azul ya en toda su amplitud. Desde este terreno, como es lógico, se domina una gran franja de litoral, supongo que hasta indistinguibles baterías contiguas. Tamaña porción de costa no intentaré describirla -no sé palabras tan grandes-, pero os diré que desde allí arriba se puede comprobar in situ lo cierto del dibujo de los mapas.
Me gusta cruzar por allí. Podría decir que es por evitar el tráfico pesado que va y viene de las obras, pero no es así. Me gusta cruzar por allí por aware (*), por intenso, envolvente y puro aware.
el cuartel viejo
lentamente ocupado
por la maleza
Y me gusta no menos cruzar por allí porque han acotado en las proximidades una buena zona como refugio de fauna, delimitada por unos cartelotes que, claro, la fauna se empeña en no leer.
yeguas y potros
pastando en el antiguo
campo de tiro
De entre este tipo de asentamientos tan frecuentes en los abruptos cantiles galaicos, muy pocos, los más afortunados, sobreviven reconvertidos en parques y miradores. La mayoría, en cambio, yacen esperando el inevitable desplome, útiles mientras tanto únicamente a algún conejo, a algún zorro, o a alguna pandilla tan furtiva como festiva, a juzgar por los restos que por allí se encuentran.
en la garita
casi desmoronada
sexos pintados

(*) Aware: Sensibilidad ante lo efímero; en un sentido amplio, emoción evocada desde el mundo exterior
Luis Carril García